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14.12.09

La hormiga y la cigarra (y la mosca también)

Hormiga 

Que la hormiga es hacendosa, lo sabe el más simple. Que la cigarra es cantarina, resulta evidente. Ah, la pobre hormiga, apocada, laboriosa y estoica. Ah, la jovial cigarra,  gozadora, divertida y epicúrea.

La jovial cigarra no tiene ojos para el futuro, busca el placer del instante. No ve más allá de su puro deseo, ni admite dilaciones entre el querer y el tener. Y si por casualidad su mirada se tropieza con la hormiga, siente pena de ella, la compadece por vivir azacaneada y, a su manera, libre. "No sabe vivir -se dice la cigarra-. Vivir es otra cosa. Vivir es disfrutar, gozar. Vivir es vivir."

La estoica hormiga, por su parte, de tan atareada como está, no tiene ojos, ni casi oídos, para la cigarra. Esta hormiga puede que sea la misma  que paró los pies a una mosca presuntuosa y repipi: que si me detengo en los altares..., que si recorro los templos..., que si soy la primera en probar las vísceras para los dioses... La mosca llegó a jactarse de que se posaba en la cabeza del rey. Mientras la escuchaba, la hormiga pensó que tampoco despreciaría sus excrementos. Para quitársela de encima,  le hizo ver el asco con que era acogida en todos los sitios, y cómo era espantada de todos los lugares. Pero lo que peor sufría la hormiga era que la mosca se ufanase de no trabajar. "Por eso, cuando es menester, nada tienes", le hirió con la cerbatana de palabras. En el verano, piensa la hormiga, la puta mosca se da festines de mierda y no para de incordiar; menos mal que en invierno calla, encogida por el frío. 

Y es que el invierno siempre llega. Y la cigarra acaba mirando a la hormiga con inquina. Con inquina y con envidia. Con envidia y con odio. Porque la cigarra odia a la hormiga como si fuera la causa de sus males, como si pusiera palitroques en la rueda de su existencia. Y la hormiga, tan ajena a lo insustancial de la vida, no deja de sentir el odio que cae sobre ella. Y a veces tiene algún atisbo de reflexión, pero enseguida lo acalla, y vuelve a la tarea. Ella no odia, ni desprecia, pero sufre el odio y el desprecio. Sabe que a pesar de ser hormiga, puede acabar siendo chivo, expiatorio. Pero -se pregunta, si alguna vez desfallece-, ¿por qué culpar a los otros de los frutos de nuestra desidia? En ocasiones, la hormiga no entiende nada. Sabe que la libertad es un don que exige mucho. Y ella se afana por estar a la altura de ese don. Sabe que, como dijo el poeta, el ocaso es igual en Lisboa y en Estambul. La hormiga anda mucho y viaja poco. Y quizá se equivoque. En ocasiones se siente mezquina, y no siempre está a la altura de la realidad, encerrada como vive en una libertad que no le debe nada a nadie. Tal vez sea un poco misántropa, aunque en hormiga. Pero lo cierto es que sus ojos sólo le sirven para ver. Y nada más. Ni lanzan rayos de deseo, ni despiden fuegos de envidia. Lo dicho: ojos para ver, y nada más. No obstante, si llega el caso, la hormiga es muy capaz de odiar y despreciar, porque en la botica de los sentimiento cualquier remedio vale. Pero lo que no comprende la hormiga, bajo ningún concepto, es que la cigarra le culpe de sus males. A veces escucha, de soslayo, terribles palabras, escupidas  con asco. La laboriosa hormiga, presa de sus afanes, se entrega a los días, sabedora de que el tiempo da vueltas y revueltas, y que ella, hormiga humilde, apenas tiene, para vivir la  vida, el deseo de vivir lo que la vida quiera darle.

4 comentarios:

Joselu dijo...

Entre la cigarra y la hormiga hay un juego de pasiones enfrentadas y complementarias, o al menos así se las atribuimos proyectando las nuestras como seres humanos a esos insectos o bien hacendosos o bien cantarines. En el evangelio aparece también el espisodio de Marta y María. La primera era la trabajadora, la que encendía el fuego, arreglaba la casa, disponía todo para el bienestar de los demás, mientras María se sentaba a los pies de Jesús a escuchar sus palabras. Al final, claro tuvo que estallar la discordancia porque Marta recriminó a María que no diera golpe y que todo lo tuviera que hacer ella. Jesús le respondió que no se quejara, que María había elegido la mejor parte. La dialéctica entre los dos principios es consustancial,el activo y el contemplativo. La hormiga es odiada en el invierno pero no entiende que la cigarra la considere la causa de sus males. Juego humano de pasiones y rencores o eternos resentimientos que se reflejan como en un espejo. Esa es la impresión que me ha dado tu escrito.

Juan Poz dijo...

Es tirar por la trocha del medio, pero ¿qué ocurre con las "cigamigas" u "hormigarras"? De haberlas, haylas, por supuesto. El maniqueísmo las desprecia y ellas solas se automarginan. Ni las cigarras ni las hormigas quieren reconocer su existencia, porque las desnuda de resentimientos y de resignaciones, pero hay vida, mucha vida, más allá de las fábulas. En cuanto a las moscas, Monterroso tiene la última palabra.

Juan Poz dijo...

Por cierto, ¿no cabría decir "Misofórmica"?

Luis Valdesueiro dijo...

Muy interesante, Joselu, tu mención de la historia de Marta y María. Historia que tal vez ha contribuido a ver ambos términos como radicalmente opuestos. Existe la tendencia a ver la vida contemplativa como una vida que da la espalda a la vida activa. Pero ésa es una visión maniquea, tan maniquea como sin duda lo son, Poz, muchas fábulas...
Tengo la impresión de que los grandes contemplativos han desarrollado una actividad desmedida. Como ejemplo, valga san Juan de la Cruz, o santa Teresa, o Thomas Merton...
Efectivamente, Poz, gran cazador de citas-mosca fue Monterroso, q.e.p.d.
Saludos.

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