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16.2.12

Carta de Marco Aurelio a Frontón, su maestro, agradeciéndole las críticas (o “azotes”), ya que no sólo le enseñan a decir la verdad sino también a escucharla. (Y un texto de Pascal Quignard con una sabrosa cita del mismísimo Frontón.)

A mi maestro.

He recibido dos cartas tuyas en este tiempo. En una de ellas me reconvenías y demostrabas que había redactado una máxima irreflexivamente, mientras que en la otra te empeñas con alabanzas en sostener mi esfuerzo. Sin embargo, te juro por mi salud, la de mi madre y la tuya misma que más alegría me nació en el alma con tu primera carta, y que mientras la leía exclamaba una y otra vez. «¡Feliz de mí!» «¿Tan feliz eres —dirá alguien— porque tienes a quien te enseñe a escribir una sentencia con más habilidad, más claridad, más brevedad, más elegancia?» No es por esto por lo que me siento feliz. ¿Por qué es, entonces? Porque aprendo de ti a decir la verdad. Esto, decir la verdad, es cosa del todo ardua para dioses y hombres. De hecho, ningún oráculo hay tan verídico que no tenga algo de ambiguo, indirecto y oscuro, de suerte que alguien poco avisado se vea enredado y, por pensar que se ha pronunciado según su intención, se percata de su engaño cuando la ocasión y el asunto han pasado. Pero esto es algo lucrativo y es costumbre excusar tales cosas como un error piadoso o una ligereza. Pero tus críticas o, más bien, tus azotes enseñan al punto el camino mismo sin engaño ni palabras falsas. De modo que debería estarte agradecido con que me hubieras enseñado tan sólo a decir la verdad, más todavía cuando me enseñas al mismo tiempo a escuchar la verdad. Que se te dé por tanto un doble pago, el cual tú harás por que no pueda satisfacer. Y si no quieres ningún pago, ¿de qué modo podré compensarte si no es con mi entrega? [...]


Marco Aurelio, Pensamientos. Cartas. Testimonios
Estudio preliminar, traducción y notas de F. Javier Campos Daroca
Madrid: Editorial Tecnos, 20102

 

LA elección de las palabras consiste en optio y electio. El escritor es aquel que escoge su lenguaje y no es dominado por él. Es lo contrario del niño. No mendiga aquello que lo domina, trabaja en lo que lo libera. Su boca ya no es un mero sentir, sino un culto. Está cerca de los dioses que hablan. Minerva (orationis magistra), Mercurio (nuntiis praeditus), Apolo (auctor), Liber (cognitor) y los faunos (vaticinantium incitatores) son los amos de las palabras.

Si studium philosophiae in rebus esset solis occupatum, minus mirarer quod tanto opere verba contemneres, le escribe Fronto a Marcus. (Si el estudio de la filosofía sólo se ocupara de las cosas, me sorprendería menos verte despreciar tanto las palabras.) Pero los filósofos hablan y en sus indagaciones olvidan la fuente de su oración, dejan a un costado del camino su materia, oscurecen y obstaculizan el impulso murmurante que subyace a su tardía especialización. La filosofía se apega a los entes y su investigación no toma en cuenta en su despliegue la retórica fundamental a la que divide y de la cual no es más que una rama. Las imágenes no dejan de surgir en el seno de las litterae mientras que el sermo de los filósofos se esfuerza por descartarlas. «Es como si al nadar (in natando) tomaras como modelo a la rana antes que al delfín (ranam potius quam delphinus aemulari). La filosofía no es más que un [sic] herrumbre (robignoso) en la espada (gladio). Es como si yo no fuera Frontón sino Séneca –no deja de repetir el rétor imperial– y como si tú no fueras Marco Aurelio sino Claudio Nerón. Es como si antes que la majestad del águila (aquila) prefirieras las cortas plumas de la codorniz (cotornicum pinnis breviculis). No prefieras la tregua antes que el combate. Combate con el lenguaje cuya hoja tienes que pulir día tras día para hacerla resplandecer.»


Pascal Quignard, Retórica especulativa
Traducción de Silvio Mattoni
Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2006

 

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