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3.6.12

Inolvidable Chéjov (o Chejov, por lo que se dirá después)

 Leer a Chéjov es una experiencia inolvidable, intensa e inolvidable. Sus palabras fluyen como torrente de vida. Sabe, como nadie, convertir lo profundo en sencillo; sencillo y sorprendente. Leer sus cuentos, sus relatos, su teatro es un verdadero gozo, una auténtica gozada espiritual. En sus obras siempre hay algo que nos reconcilia con la vida –y sus inevitables alegrías y desdichas y con el mundo circundante. ¿Y qué decir de esa honda emoción que trasminan sus historias y que parece como si afinara nuestro sentir? Nuestro sentir y nuestra mirada, nuestra percepción, en suma, que es su desemboque natural.

El amor de un contrabajoSon muchos los cuentos memorables de Chéjov, pero ahora quiero recordar uno bastante singular: “El amor de un contrabajo”. Cuenta las peripecias de un músico, Smechkoff, que se dirige a la casa de campo de un príncipe, donde intervendrá en una velada musical. Con su contrabajo a cuestas, Smechkoff camina por la orilla del río. Y ni corto ni perezoso, como la rana de Basho, decide darse un chapuzón. «El alma lírica de Smechkoff  –susurra el narradorcomenzó a integrarse en la armonía de todo lo que le rodeaba.» Una vez en el  agua, el músico descubre a una hermosa muchacha que pareciera estar pescando. Un dulce sentimiento invade su alma. Para su sorpresa, se siente pleno de amor, perdidamente enamorado: él, Smechkoff, al que la fuga de su amadísima mujer con el fagot Sobakin le había hecho perder la fe en la humanidad, y de paso en su mujer, y en su amigo, también. «¿Qué es la vida? –se preguntó más de una vez–. ¿Para qué vivimos? La vida es un mito, un sueño... ¡Una ventriloquia!...» Pero como la hermosa pescadora parece dormida, Smechkoff decide dejarle un recuerdo antes de irse: «recogió una gran cantidad de flores silvestres y acuática, las ató en un ramo y las colgó del anzuelo». Ah, y qué poco dura la felicidad: cuando el músico vuelve a la orilla descubre que algún desalmado le ha robado, todo menos el contrabajo y el sombrero de copa. El ladrón no era filarmónico. Ahora Smechkoff está desnudo, desnudo y sin saber qué hacer...

Hasta aquí un resumen del principio del cuento. En las páginas siguientes sucederán imprevistos acontecimientos que resuenan en nuestra alma como música triste en día neblinoso.

Quizás no sea este uno de los mejores cuentos de Chéjov, pero lo sorprendente con Chéjov es que incluso sus cuentos menos logrados acaban cautivándonos. 



Aunque yo he leído la traducción de Espasa (Summa), AQUí está disponible una traducción de “El amor de un contrabajo”.


APOSTILLA NOMINAL.Durante mucho tiempo dije Chejov, y ahora pareciera que debo decir Chéjov. Durante mucho tiempo dije Tolstoi, y ahora pareciera que debo decir Tolstói, incluso Lev, que no León.

Hubo un tiempo en que fue moda decir Tokío en lugar de Tokio. Tokío por aquí, Tokío por allá. Pero Tokío, afortunadamente, se esfumó. Y lo mismo le ha sucedido a Beijing (¿se dice Beiyín o Beijín o…?).

Me pregunto ¿por qué Lev Tolstói y no León Tolstoi, por qué, digamos, Jules Verne y no Julio Verne?
La familiaridad con un escritor extranjero se expresa (¿o debo decir se expresaba?) con la asimilación de su nombre, que a veces sigue extraños vericuetos. Pero, ¿por qué Lev y no León? Sí, hay razones, lo sé; pero más allá de eruditas razones, ¿por qué Chéjov y no Chejov, por qué Tolstói y no Tolstoi, por qué deshacer lo hecho? Autores ambos, por otra parte, cuyo nombre no levanta dudas, y está a mil verstas, más o menos, de las múltiples formas de escribir (elijo una al azar) Solzhenitsyn (que cada quien pronuncia como quiere). 


8 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

¿Y qué me dices de la moda de escribir "haikú"? Por curiosidad he buscado en la red y en japonés el acento va en la primera sílaba: haiku. Otra cosa es escribirlo con jota, como tú proponías hace tiempo, que sería una buena opción, pero me temo que se ha impuesto la "h". En cuanto a Chejov -¡grande!- y muchos otros, yo soy partidario de escribirlos como toda la vida, aunque reconozco que para los nombres raros me voy a Wikipedia.

¡Y por lo de Beijing no paso!

Un abrazo desde Isbylia.

Juan Poz dijo...

Daño colateral al que señalas es la moda de corrección política de los topónimos españoles, que han sido desplazados por el original vernáculo. Y así los cursicorrectos dicen Lleida y los amantes del castellano decimos Lérida; aquellos dicen A Coruña y nosotros decimos La Coruña; los primeros dicen Donosti y los empecinados decimos San Sebastián. Esto me recuerda cuando, de niño, nos reíamos de los cursis que decían Londón, en vez de nuestro Londres de los futuros sueños pop. Hay que reconocer, además, que, más allá del dominio de las lenguas, hay formas establecidas en la lengua que, hasta que no se demuestre lo contrario, sirven para que nos entendamos: Descartes (del verbo descartar, no el escatológico Decagt)nos permite cerciorarnos de que nuestro interlocutor no presenta una súbita asfixia... o Víctor Hugo, a quien nos parece menospreciar hasta la infamia si le colgamos el Higó de marras... Luego entran en juego las variantes diastráticas y ahí es ya el acabóse, tanto que renuncio a continuar.

Luis Valdesueiro dijo...

A la manera salomónica, José Miguel, acabo de ver que el DRAE propone, en su avance de la vigésima tercera edición, las dos formas: haiku y haikú. En los dos casos, supongo que será con h aspirada (como las Hurdes).
Un abrazo desde Madrid (o Madriz, o Madrit, como tambien se la conoce)

Luis Valdesueiro dijo...

Teóricamente, Poz, lo de los topónimos creo que era para su uso oficial (lo que tampoco se justifica). No obstante, muchos ponen el énfasis también en el uso privado, lo que es absurdo. (Últimamente creo que se han incorporado dos topónimos nuevos: Araba y Gipuzkoa). En el ámbito del español esto no tiene ningún sentido. Y suena a expropiación. Una cosa es que se perdiera, por falta de uso, el topónimo Mastrique (en lugar de Maastrich (¿?), y otra cosa es que se nos quisiera forzar a decir Lleida, donde desde hace siglo se dice Lérida, etc.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

El problema está cuando la política se apropia de la toponimia (exigencias nacionalistas protototalitarias). No sé tampoco por qué no se puede decir Pekín, Birmania, etc., y me niego a usar los equivalentes que te meten hasta en la sopa. Echo de menos otro nombres como La Conchinchina, que aparecía en los tebeos de Mortadelo y Filemón... pero ahí juega la caducidad histórico-política. Leningrado seguirá siendo Leningrado en la sinfonía de Shostakovich (se transcriba como se transcriba).
Saludos.

Luis Valdesueiro dijo...

¡Qué curiso, José Miguel, yo siempre había oído Cochinchina; después de un rastreo veo que conviven ambas formas. Al parecer, en francés no llevaba la ene.
Saludos.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Ay, amigo Luis, se me ha ido la mano con las "n". Eso me pasa por escribir sin mirar.
Saludos.

auto diagnostics dijo...

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